martes, 31 de marzo de 2009

Política y televisión

Las preguntas que los ciudadanos lanzaron a Rajoy no fueron ni fáciles ni difíciles. Zapatero, en cambio, tuvo que lidiar con más de una incomodidad, y cualquiera pudo percibir su rubor ante las interpelaciones, como cuando en un examen te das cuenta de que esa no te la sabes y vas a tener que inventártela. El formato, por democrático, es modélico. Y resulta gracioso ver cómo han evolucionado sus invitados. Desde el primero, nervioso e inexperto, hasta este último Rajoy, que cuidó todos los detalles, su indumentaria y hasta su bolígrafo azul de andar por casa, eso sí, con capuchón. El ambiente de las calles, y los bares se condensa entre los entrevistadores. Los temas de sus cuestiones resumen bastante bien el sentir de los mortales, pero en los políticos se echa en falta algo de emoción, que no de populismo lagrimero, a la hora de dar soluciones. Rajoy no es el paradigma de gentleman de la comunicación política (físicamente), pero se defiende más que bien en este programa. Tiene buena memoria, articula bien su discurso y es capaz de disimular algunas opiniones y suavizarlas para su correcta digestión entre el público asistente.

El siguiente paso es organizar un debate electoral presentable cuando lleguen los comicios. Los que precedieron a las últimas elecciones fueron novedosos pero muy fríos. Los periodistas no participaron del debate, simplemente moderaron a modo de máquinas. Ya que los candidatos son capaces de enfrentarse a cien ciudadanos sin noción alguna de las preguntas, ¿por qué no una mesa de periodistas que dirija el debate e intervenga cuando algo no está claro? No creo que sea cuestión de miedo, sino de valentía. Quizá tengan mucho que perder, pero hay que seguir dando pasos para hacer habituales cosas que antes eran impensables. Entonces sí, nos igualaríamos con los países de nuestro entorno. Esos que tanto se mientan cuando interesa.

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