miércoles, 18 de marzo de 2009

Televisión

La publicidad es fundamental para la supervivencia de las empresas de comunicación. No hablo ya de los periódicos locales o las televisiones del pueblo, hablo de grandes compañías que integran numerosos medios asfixiados por la crisis. Y seguramente sea ese círculo vicioso de falta de fondos el que repercute en la escasa calidad e imaginación en los formatos televisivos. Los programas desaparecen de una semana para otra, o se recolocan en una franja horaria intrascendente. Lo que sucede detrás de las cámaras es muchísimo más interesante que lo que podamos ver por nuestras pantallas. Hay lucha de sables, fichajes con nocturnidad y alevosía, plagios más o menos sangrantes (como aquella infame máquina de la verdad) y recopilaciones en forma de zapping. La época dorada de la televisión (si es que existió alguna vez) albergó grandes ideas. Series novedosas que ahora buscamos por internet, concursos con chicha o espacios de humor decentes. Incluso las primeras temporadas de Los Simpson, saturadas hoy por Antena 3 en el horario del aperitivo.

La televisión está dando un giro hacia lo más barato, que no suele ser lo más rentable. Las audiencias corroboran que los grandes tiburones de las pantallas, como Telecinco, atraviesan su particular crisis. Y crisis quiere decir perder mucho dinero. Por eso, ahora que el público no acompaña demasiado a las cadenas, el día que logran un dato de audiencia fuera de lo normal lo publicitan como si fuera el spot de Freixenet, recreándose en los números, pinchando al competidor. Parece que los gurús y los formatos novedosos se guardaron en un cajón por un tiempo. Espero que alguien los recupere, aunque sea después de la crisis.

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