lunes, 23 de marzo de 2009

Kosovo

Empieza la semana como casi siempre. Un nuevo triunfo de Nadal a miles de kilómetros, las rencillas eternas entre políticos y sus corrupciones y la traumática salida de nuestras tropas de Kosovo. Recuerdo muy bien el comienzo de los bombardeos de la OTAN contra Kosovo. Nunca he entendido la finalidad de ninguna guerra, y menos si quien la promueve es una alianza internacional, y tampoco lo entendí en 1999. La guerra de los Balcanes se consumía afortunadamente y los últimos criminales serbios se escondían de una más que probable muerte. Todavía hoy alguno sobrevive al abrigo de desconocidos. Kosovo es ahora una nación, al menos así lo consideran sus ciudadanos. El gobierno de España, que con tanto retintín recalca su autopublicidad, no ha reconocido su legitimidad como país. No podía hacerlo, teniendo dentro de sus fronteras partidos separatistas que abogan por la autodeterminación sin contar con el estado. Ahora las tropas españolas abandonan Kosovo coherentemente pero en el momento equivocado. La salvadora luz de Obama y nuestras relaciones con Estados Unidos parecen disiparse en un soplo. Pero llegan las declaraciones, esos bálsamos falsos y confusos que hablan de malentendidos, la panacea de la comunicación política junto con el chivo expiatorio.

Esta torpeza no le costará nada a nuestro gobierno, ninguna ruptura con el ejecutivo estadounidense. Sólo ha conseguido resucitar un lugar que para nosotros parecía ya olvidado. Ese lugar que a finales de los 90 se convirtió en el foco de otra guerra y sufrió los fogonazos de los misiles americanos. Un país, o lo que sea, que acogía tropas españolas, pese a que pocos de nosotros lo sabíamos a ciencia cierta. A veces parece que cualquier cosa que se haga está mal hecha. Lo parece. Pero es que hay que hacerla bien.

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