Ayer La 2, la cadena fantasma que extrañamente emite tanta publicidad como las más vistas, programó una película interesante sobre Palestina. Paradise Now habla de dos jóvenes dispuestos a llevar una bomba en el pecho para sacrificarse por su pueblo y acceder al paraíso. Pero también habla de los instigadores de los delirios suicidas y los prebostes del fundamentalismo islámico, esos que alientan la muerte pero nunca se mojan las manos. Siempre me han confundido estos personajes, arengan a personas repletas de dudas y acaban encontrando su sentido de la vida, morir matando. Una tarea apocalíptica que decide sobre las vidas de los demás. Los dos suicidas albergan dudas, y se plantean el para qué de su obra religiosa y mortal.
Mucho se ha escrito sobre el suicidio (especialmente Durkheim) y la valentía o la inmoralidad de quien dispone de su propia vida, adelantando traumáticamente su final. En este caso, el de la muerte por un supuesto ideal, introducir el concepto del paraíso y los ángeles que recogen al héroe en su camino hasta el cielo de los inocentes resulta especialmente obsceno. El convencimiento de una nueva vida empuja a los terroristas, pero sus profetas jamás sacrificaron un pelo de su cuerpo. Viven entre montañas, protegidos por un séquito interminable y unas armas de lo más sofisticadas. Oran con devoción y celebran la multitud de ese paraíso imaginario que pueblan tantos inocentes confusos y tantos asesinos determinados. Qué felicidad coartada la de permanecer en este mundo terrenal. ¿Por qué no siguen ese camino celestial que han marcado a sus acólitos? Seguramente, y admítase la paradoja perversa, se vive mejor en este infierno.
Mucho se ha escrito sobre el suicidio (especialmente Durkheim) y la valentía o la inmoralidad de quien dispone de su propia vida, adelantando traumáticamente su final. En este caso, el de la muerte por un supuesto ideal, introducir el concepto del paraíso y los ángeles que recogen al héroe en su camino hasta el cielo de los inocentes resulta especialmente obsceno. El convencimiento de una nueva vida empuja a los terroristas, pero sus profetas jamás sacrificaron un pelo de su cuerpo. Viven entre montañas, protegidos por un séquito interminable y unas armas de lo más sofisticadas. Oran con devoción y celebran la multitud de ese paraíso imaginario que pueblan tantos inocentes confusos y tantos asesinos determinados. Qué felicidad coartada la de permanecer en este mundo terrenal. ¿Por qué no siguen ese camino celestial que han marcado a sus acólitos? Seguramente, y admítase la paradoja perversa, se vive mejor en este infierno.
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