miércoles, 24 de febrero de 2010

Tibios

Conducir con algunas copas de más encima y figurar en una comisión para mejorar la seguridad vial es una contradicción ciertamente escandalosa. Es lo que le ha pasado al presidente de Nuevas Generaciones del PP. Afortunadamente, el diputado Nacho Uriarte la ha abandonado ipso facto. Sin embargo, continuará como diputado por el Partido Popular pese a las acusaciones de doble moral procedentes del PSOE. No debería escandalizar más el delito porque el presidente de Nuevas Generaciones (empiezan a quedarse antiguas) trabaje por la seguridad de nuestras carreteras, sino por el mero hecho de coger el volante con el riesgo de ver doble. La declaración de Uriarte parece tibia en todo caso. “Lamenta y reconoce” los hechos, faltaría más, con imputación de por medio, aunque achaca todo a un “error humano”, más conveniente aquí que un error vegetal, pongamos por caso. Se echa de menos una pequeña disculpa, le dejaría en mejor lugar.

Otro de mis asombros procede de las tradicionales tibiezas con la dictadura de Castro. La muerte en una prisión cubana de Orlando Zapata, disidente en huelga de hambre, es lamentada por el gobierno español, que percibe “un déficit de derechos humanos”, como suena, en la isla caribeña. Los símiles económicos no son demasiado afortunados, y menos en estos tiempos. Así que la declaración, como muchas anteriores, muere en la retórica alérgica a llamar a las cosas por su nombre. En este caso, más que déficit de derechos, lo que tenemos es una recesión, o un crack, o una crisis en toda regla. La palabra más adecuada, sin embargo, es dictadura, o represión, o injusticia. Mientras los gobiernos sigan sin hablar claro sobre la depresión de Cuba y el cinismo de sus dirigentes, seguirán dando aire a los designios de los hermanos Castro. El último de ellos ha sido Lula, que ha llegado hoy a Cuba con escaso ánimo de comentar con sus líderes la situación del pueblo.

Juan Ramón Quintás, presidente de la Confederación de Cajas de Ahorros: "la gente se echa las manos a la cabeza cuando se toman medidas fuera del mundo de los osos amorosos". Aquí agua caliente o agua fría, de tibia nada.

martes, 23 de febrero de 2010

Patrimonio

Los políticos, o más concretamente los que ejercen cargos oficiales, acostumbran a echar mano del humor a la hora de hacer públicos sus bienes. Hoy se ha conocido la cifra de la cuenta corriente de Francisco Camps según él mismo ha declarado a las Cortes Valencianas: 905 euros. Aquí es cuando suena una carcajada. Manuel Chaves, hoy ministro, se defendió en “Tengo una pregunta para usted” de una cuestión acerca de su patrimonio. Oficialmente posee algo más de 21.000 euros en cuenta corriente además de la casa y el coche. Resulta complicado articular un discurso mínimamente alejado de la demagogia, ese ejercicio a veces sano. Dejando a un lado las triquiñuelas de este tipo de declaraciones de ingresos, el mero hecho de hacer creer a la ciudadanía que uno sufre las mismas calamidades que un humilde pensionista es extremadamente obsceno. No hablamos de la contradicción entre los usurpadores de nuestros impuestos y los políticos rectos, sino de los desafortunados manejos del poder y la falta de transparencia de sus actividades.

Se debatió en el Congreso hace unos meses a puerta cerrada el asunto de la compatibilidad de ocupaciones de los señores diputados. Muchos perciben ingresos a través de otros empleos, tienen empresas, participan en tertulias, asesoran a compañías. Esto no tiene por qué ser malo. Sin embargo, la ubicuidad se funde con la ineptitud cuando tanta atención a sus tareas secundarias hace descuidar la labor principal para la que fueron elegidos: representar a los ciudadanos en el Parlamento defendiendo sus intereses (y los de su partido, faltaría más). La imagen que desprenden los plenos es desagradable. Los escaños vacíos, la desbandada masiva cuando toman la palabra los grupos minoritarios, las vacaciones perpetuas, los espectáculos infantiles. Tenemos suficiente con el bipartidismo feroz, la politización de la justicia, el cinismo y la cursilería de nuestros representantes para que además nos tomen el pelo a cuenta de sus maltrechas economías. Dudo que alguien esté dispuesto a pasar por el aro.

lunes, 22 de febrero de 2010

La Ilustración

La final de la Copa del Rey de baloncesto resultó ser una dolorosa tortura para los madridistas y una exhibición admirable para el resto de aficionados al baloncesto. Mientras en la cancha se fraguaba la derrota y la victoria, en fin, el alma del deporte, en las gradas se miraba hacia el palco, como cuando se exige la cabeza del dirigente. Todo por la insolente provocación monárquica en territorio comanche. Se barruntaba mucho ruido en el BEC de Barakaldo, pero el desprecio fue desproporcionado. Ya soportaron los reyes el desplante en la última final copera en Valencia, cuando gran parte de las aficiones del Barcelona y el Athletic de Bilbao insonorizaron el himno nacional, TVE mediante. No merece la mínima promoción en este país la falta de educación, la misma que detentaron los faltones de la Universidad de Oviedo y el posterior gesto de Aznar. Tampoco el ánimo grosero de unos cuantos aficionados al baloncesto, por decirlo así, ávidos de bronca faltona.

Del dedito en alto de Aznar también se ha escrito con gusto. Respondió a unos insultos fuera de lugar (la Universidad, la casa del saber y todo eso) poniéndose a su altura con poca fortuna. Desgraciadamente este tipo de hechos empiezan a ser habituales cuando de políticos se trata. Rosa Díez escuchó en la pasada campaña electoral las lindezas de un grupo de jóvenes ilustrados que la llamaron “fascista” como si tal cosa. Juan José Ibarretxe pasó lo suyo en Granada hace unos años con motivo de una conferencia en la Facultad de Derecho. Fraga repitió en nuestra ciudad mientras le gritaban “asesino”. Siguiendo los cauces del derecho más pulcro, ya se sabe que de la costumbre a la ley solo hay un paso. Habituémonos a estos gritones cobardes disfrazados de ciudadanos respetables.