lunes, 16 de febrero de 2009

El caso

Vemos fotografías a toda página, nombres y apellidos, detalles escabrosos de lo más siniestro. ¿Hasta qué punto es necesario hacer a la sociedad partícipe de las investigaciones policiales? Algunos me dirán que el morbo y la curiosidad levantan las audiencias. Es probable, pero también es cierto que desde los medios, especialmente las televisiones, se ha jaleado un periodismo sangriento que ha convertido a los telediarios en una versión renovada de El Caso. Para Vasile, el mandamás de Telecinco, el límite ético deben ponerlo los espectadores. Esta afirmación además de tramposa, es inasumible. Volvemos a la ración de pan y circo para contentar al personal y evitamos darle al coco para ofrecer productos de calidad. La ecuación es sencilla, real, pero profundamente despreciable.

La demanda social de conocer lo que ocurre es lógica y necesaria, pero quienes se zambullen en lo macabro para satisfacer sus deseos de forense aficionado deberían mirárselo. Ya estamos acostumbrados a que iletrados opinen sobre crímenes ofreciendo sus innecesarios puntos de vista.
Es una condición indispensable para formar un debate televisivo de cierta categoría ¿Qué interés tiene conocer la opinión del ciudadano desinformado cuando la policía y la justicia dedican sus esfuerzos a resolver este tipo de casos? El colaborador televisivo se erige en comisario y juez a un tiempo y farda de pruebas policiales y de sus buenas fuentes. No creo que sea un ejercicio sano. Molesta a las víctimas y sus familias, centra la atención en un acusado sin sentencia firme y despierta las iras y las elucubraciones de los espectadores. Para mí, una indignidad televisada. Para ellos, el negocio del siglo.


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