miércoles, 4 de febrero de 2009

Premios y arte

Los premios en el arte pervierten su esencia, según algunos. Lo único seguro es que nunca contentan a todo el mundo. La apreciación de la belleza es uno de los ejercicios más subjetivos que existen. No hay más que ver cómo unos piensan que tal obra es el cénit de la creación artística y otros la consideran el artefacto más olvidable de la historia humana. Es cuestión de gustos y de corrientes. ¿Cuántos discos, libros, cuadros o películas han alcanzado el éxito veinte o treinta años después de su aparición? Hablamos entonces de genios incomprendidos, de que el mundo no estaba preparado para asumir ese cambio histórico. Los genios, que son pocos, por norma son personajes incomprendidos. El resto no lo son, o tratan con sus pretensiones de genialidad de confundir apropiándose de una majestad ilusoria, aliñada con la connivencia de los críticos contracorriente.

Desconfío de los creadores malditos, acompañados de un aura de rechazo y alabanzas a partes iguales. En ocasiones, el arte está plagado de fuegos artificiales. Ese arte no me interesa nada. Yo hablo del arte puro, del corazón, de la belleza natural y la inspiración eléctrica de muy pocos. La de Michel Camilo, Picasso, Bill Evans, Billy Wilder, Robert L. Stevenson. Ese arte no necesita premios ni críticos que lo enaltezcan. Perdura por sí mismo.

Mañana hablaremos de los Goya, del cine y de la sucursal patria del glamour de los Oscar.


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