lunes, 12 de enero de 2009

Garbanzos

El título de la exposición itinerante del arte religioso castellano-leonés, Las edades del hombre, siempre me recuerda la lenta pero segura evolución del ser humano, que camina erguido después de millones de años. Una evolución física admirable, fruto de la selección natural que investigaba Darwin, que no discurre pareja al fomento de nuestras capacidades mentales. Al menos eso parece. Matanzas y guerras por doquier, crisis creadas por despachos fastuosos, diatribas absurdas sobre banderas, alianzas de civilizaciones y cadáveres sepultados. García Márquez, el de la prosa asfixiante y luminosa, hablaba de la poesía como solución a los problemas, “la energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos”. Quizá esos garbanzos no sirvan para alegrar los estómagos de los hambrientos, pero sí para transportarnos de este mundo a otro muy distinto en el que somos libres para imaginar. El arte nos saca de los atolladeros profundos, en forma de novela catártica, de música celestial, de cine esperanzador. Purifica las mentes, evoca lo inalcanzable. A veces prefiero refugiarme en esos mundos. Prefiero la esperanza a la nostalgia, aunque hoy haya pocos motivos para esperar nada.

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