viernes, 5 de diciembre de 2008

Silencio

Tiene nombre, apellidos y cara, aunque no la hayamos visto apenas.

El silencio. Qué mejor que escucharnos por un momento y abandonar el estruendo absurdo de la cotidianidad. Sin embargo, ante tanta injusticia y crueldad no podemos callar. La costumbre social asumida de los minutos de silencio ante la muerte es paradójica. La reacción ciudadana, personificada por millones de personas en aquel verano del 97, se caracterizó precisamente por un grito de hastío, de impotencia y de esperanza ante la vileza cobarde del terrorismo asesino. ¡Basta ya!

Ni antes ni ahora podemos callar, asumir
la muerte violenta como un suceso de cada día, dejarnos adormilar por una perversa anestesia, revertir el lenguaje y los términos para hacer de eta una empresa más, con sus jefes de sección, sus despidos, sus nombramientos y sus cursillos de formación en explosivos.

Cuando veo en las portadas de los diarios fotografías del asesinado entre un charco de sangre me pregunto si no habría otra manera mejor de dignificar en una imagen la vida intensa y valiosa de Ignacio Uria. Claro que la hay. Parece mentira que después de tantos años y tantas muertes no hayamos aprendido demasiado.

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