lunes, 24 de noviembre de 2008

Campañas y prejuicios

Durante los últimos meses, hemos tenido la oportunidad de asistir en primera fila al desarrollo de la campaña electoral norteamericana. Desde España se ha vivido como propia, gracias al seguimiento de los medios de comunicación y a las posibilidades que ofrece el mundo de internet. Pero esta cercanía entraña algunos riesgos, como la precipitación en el juicio y los largos paseos por los transitados lugares comunes. El virtual elector español, acérrimo seguidor del candidato demócrata, denosta el republicanismo trasnochado y la herencia macabra del presidente Bush, e imagina a los votantes de McCain en la América profunda, ávidos de creacionismo y con una mirada de desaprobación hacia el salvador afroamericano que la izquierda les presenta esta vez en las urnas.

De todos estos tópicos, solo nos afirmaríamos en el testamento desastroso de Bush, desmontando los estereotipos que el cine o la televisión han contribuido a crear entre nosotros. Muchos norteamericanos no sabrían señalar la posición de España en un mapa, pero no todos. Muchos norteamericanos poseen armas de fuego en sus casas, pero no salen a la calle dispuestos a asesinar a quien se les ponga por delante. Muchos norteamericanos han votado a Barack Obama, y otros muchos han votado a John McCain. Congratulémonos del valor de la democracia en el país más importante del mundo, y del descomunal espectáculo que esta campaña presidencial nos ha procurado a todos. Convendría no utilizar criterios simples para analizar la complejidad de un país de 300 millones de habitantes. La larga historia de España supera la juventud de los Estados Unidos, pero, si hablamos de democracia, aún nos llevan mucha ventaja.

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