miércoles, 26 de noviembre de 2008

Asesinos

Lo de la fascinación por el delincuente es una perversión cruel y a veces inconsciente. Encañonados por el auge de la crónica negra y el gusto por las vísceras, acostumbramos a ahondar con más interés en los detalles de la vida del malhechor que en los sufrimientos de sus víctima. Esta semana hemos desayunado, comido y cenado con la noticia del feliz encarcelamiento del jefe de ETA.
Alegra saber que este delincuente no volverá a asesinar, pero desasosiega escuchar muchas otras cosas. No me interesa saber si acostumbra a echar mano de psicotrópicos, si bajaba a la calle con peluca o si guarda una pistola bajo la almohada. Me interesa saber que este especimen asesinó a dos personas a sangre fría, por la espalda, y en nombre de una causa falsa, injusta y manipulada que se ha llevado por delante a más de 900 personas en España.
No nos cuesta trabajo enumerar a los asesinos, abren los telediarios a poco que peguen cuatro coces al cristal que les encierra en el juicio. El problema es que seguramente nos sería difícil recordar a los que ya no están y pudieron ver la cara de su verdugo.

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