lunes, 22 de febrero de 2010

La Ilustración

La final de la Copa del Rey de baloncesto resultó ser una dolorosa tortura para los madridistas y una exhibición admirable para el resto de aficionados al baloncesto. Mientras en la cancha se fraguaba la derrota y la victoria, en fin, el alma del deporte, en las gradas se miraba hacia el palco, como cuando se exige la cabeza del dirigente. Todo por la insolente provocación monárquica en territorio comanche. Se barruntaba mucho ruido en el BEC de Barakaldo, pero el desprecio fue desproporcionado. Ya soportaron los reyes el desplante en la última final copera en Valencia, cuando gran parte de las aficiones del Barcelona y el Athletic de Bilbao insonorizaron el himno nacional, TVE mediante. No merece la mínima promoción en este país la falta de educación, la misma que detentaron los faltones de la Universidad de Oviedo y el posterior gesto de Aznar. Tampoco el ánimo grosero de unos cuantos aficionados al baloncesto, por decirlo así, ávidos de bronca faltona.

Del dedito en alto de Aznar también se ha escrito con gusto. Respondió a unos insultos fuera de lugar (la Universidad, la casa del saber y todo eso) poniéndose a su altura con poca fortuna. Desgraciadamente este tipo de hechos empiezan a ser habituales cuando de políticos se trata. Rosa Díez escuchó en la pasada campaña electoral las lindezas de un grupo de jóvenes ilustrados que la llamaron “fascista” como si tal cosa. Juan José Ibarretxe pasó lo suyo en Granada hace unos años con motivo de una conferencia en la Facultad de Derecho. Fraga repitió en nuestra ciudad mientras le gritaban “asesino”. Siguiendo los cauces del derecho más pulcro, ya se sabe que de la costumbre a la ley solo hay un paso. Habituémonos a estos gritones cobardes disfrazados de ciudadanos respetables.

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